El nuevo coronavirus (COVID-19) llegó para quedarse. Mientras científicos e investigadores de todo el mundo luchan una batalla contrarreloj para conseguir el desarrollo de una vacuna efectiva contra la enfermedad, numerosos países buscan ganar tiempo estableciendo cuarentenas parciales o totales, restringiendo actividades y extremando las precauciones.
Conforme van pasando las semanas, los países comienzan a tomar medidas para la salida progresiva de las cuarentenas -establecidas por lo general cuando la enfermedad devino en pandemia- y rehabilitan actividades que estuvieron paralizadas durante semanas. La reactivación de estas actividades económicas y el paulatino relajamiento de las restricciones generan una presión sobre el transporte público, responsable por el desplazamiento de millones de personas a diario en todo el planeta.
En este contexto, autoridades de todo el mundo se encuentran frente a un problema mayúsculo. Ante la certeza de que la enfermedad no desaparecerá, ¿cómo conciliar la movilidad sustentable, invariablemente vinculada al transporte de grandes contingentes humanos, con las medidas preventivas de distanciamiento social? Y más aún, ¿cuál será el rol del transporte público en el mundo pos COVID-19?
#Paris metro, Friday afternoon, 2.30 pm, first week of the deconfinement. Impossible to respect #PhysicalDistancing though it's an off-peak service. But all passengers wear masks. pic.twitter.com/uGt6Vt0vIU
— Mohamed Mezghani (@MedMezghani) May 15, 2020
El secretario general de la Unión Internacional del Transporte Público (UITP), Mohamed Mezghani, explicó días atrás que el sector inicialmente pudo responder satisfactoriamente ante el desafío por la fuerte caída en la demanda: un 85% en promedio.
Pero alertó que, de mantenerse la vigencia de las medidas de distanciamiento social, el transporte público sólo podría movilizar una carga de entre el 25% y el 35% de la capacidad de transporte. Mezghani advirtió, además, sobre la dificultad de controlar el cumplimiento del distanciamiento social en las horas pico y las grandes estaciones de intercambio, tanto en los coches como en las estaciones o en los alrededores de las terminales.
En este sentido, son elocuentes las escenas que pudieron registrarse en el primer día del desconfinamiento en Francia, el pasado 11 de mayo: estaciones clave de la RER de París como Gare du Nord o Châtelet-Les Halles se vieron desbordadas de público y el distanciamiento social se volvió imposible.
RER B, RER D, ligne 13, bus… les premières images montrent des transports où le respect de la distanciation physique est impossible.
Nous avions alerté qu’une reprise non prête ne peut pas fonctionner. Elle met en danger ceux qui ne peuvent pas télétravailler. #deconfinement pic.twitter.com/1n4JNspxRQ— Céline Malaisé (@CelineMalaise) May 11, 2020
El principal problema es que esa saturación difícilmente pueda solucionarse: «no es posible triplicar la oferta en el corto ni en el mediano plazo, aún cuando los fondos necesarios para las inversiones requeridas estén disponibles», advierte el secretario general de la UITP.
Pero al mismo tiempo, si el transporte público no recupera sus niveles de participación en la distribución modal anteriores a la pandemia, y en cambio los ciudadanos optan por el transporte automotor particular, «las ciudades sufrirán consecuencias como un empeoramiento de la congestión vehicular, con las externalidades negativas que esto conlleva: una aceleración de la crisis climática y el empeoramiento de la calidad del aire», lo que también comporta un riesgo para la salud pública.
Conocer la conducta que adoptarán los potenciales usuarios es fundamental para la toma de decisiones de cara a las próximas semanas y meses. En este sentido, la encuesta lanzada por investigadores de universidades nacionales y del CONICET, de la que se hizo eco enelSubte, permite observar algunos primeros datos preliminares de importancia.
Durante la cuarentena, el 67% de los encuestados no utilizó el transporte público; de ellos, el 68% no tuvo que trasladarse. Del 27% que sí debió trasladarse, la mayoría (un 44%) prefirió el automóvil particular, seguidos muy de cerca por quienes prefirieron la movilidad activa (bicicleta o caminata), que representaron un 40%.
Ante la consulta por la forma de traslado elegida para la pos cuarentena, el 31,4% se decanta por la movilidad activa, el 27,1% por el transporte público y el 24,6% por el transporte particular, mientras que solo un 8,5% asegura preferir no viajar.
De los resultados de la encuesta se desprenden, además, dos datos de importancia: un alto grado de apoyo a las medidas de distanciamiento social (85%), y un fuerte temor al contagio en el transporte público (76%). Ambos factores, indudablemente, influirán en las decisiones que tomarán los potenciales usuarios a la hora de elegir sus modos de viaje. Y ambas conducen a evitar el uso de medios masivos de transporte.
Estos resultados preliminares parecen dar la razón al ingeniero civil Alejandro Tirachini, profesor de la Universidad de Chile, quien alertó sobre la «bofetada al transporte sustentable» que significa la pandemia «al menos en lo referente al transporte público, [ya que] la caminata y la bicicleta saldrán mucho mejor parados».
En una columna, el especialista advierte sobre los riesgos de «asociar el transporte público al contagio de coronavirus», algo sobre lo que no existe evidencia concluyente, lo que terminará ahuyentando a los potenciales usuarios.
Tirachini pone como ejemplo a las redes de metro de Taipéi (Taiwán) y Seúl (Corea del Sur), cuyos niveles de ocupación ya se acercan a los niveles pre pandemia y se ubican «por sobre los estándares de distancia social que se recomiendan». La clave, en estos casos, parece ser el uso obligatorio de barbijos -en el caso de Corea del Sur, la adquisición de las mascarillas N95 está subsidiada por el Estado- y un refuerzo de la limpieza de los vehículos, que son desinfectados dos veces al día, explica el especialista chileno. Claro está, estas políticas resultan inseparables de otros controles de amplio alcance social realizados por el país asiático desde el inicio de la pandemia.
Qué se está haciendo en el país
Por ahora, en la Argentina, el foco de atención de las autoridades de las distintas jurisdicciones ha estado un escalón más abajo y, oficialmente, pocos piensan en lo que pasará en un escenario de «nueva normalidad».
Hasta hace pocos días, el Ministerio de Transporte se limitaba a desaconsejar el uso del transporte público salvo que fuera estrictamente necesario y a implementar medidas de prevención tales como el distanciamiento social, la obligatoriedad del uso de tapabocas y de viajar sentado, el control de temperatura y testeos rápidos, además de adoptar previsiones para proteger a los trabajadores del transporte y reforzar las labores de limpieza, incluso con tecnología innovadora.
Pero en las últimas semanas esa estrategia viró hacia una más proactiva, conforme se fue incrementando el caudal de pasajeros producto de las nuevas fases de la cuarentena y del relajamiento de hecho de muchas de las previsiones originalmente adoptadas. Así, apareció la normalización de las frecuencias en el Roca y el Sarmiento (la Ciudad hizo lo propio con un incremento de trenes en el Subte) para garantizar el distanciamiento social, se introdujo (en etapa de prueba y sólo en el ramal Tigre de la línea Mitre) una aplicación para reservar lugares en formaciones, lo que permitirá administrar los flujos de pasajeros y evitar posibles situaciones de saturación, y se cerraron 11 estaciones de tren en la Ciudad.
Este giro en la estrategia oficial se relaciona con las cifras que maneja el Ministerio de Transporte por estas horas. De acuerdo con el documento, el pasado jueves 21 de mayo viajó un 24% del total promedio de un dia hábil previo a la cuarentena. Esta cifra representa el doble que el primer jueves hábil de la cuarentena. El patrón se repite los fines de semana: aún cuando viaja un 25% de quienes lo hacían antes del aislamiento, en el último se movilizó un 71% más que el primer fin de semana de cuarentena.
La tendencia que indican esas cifras preocupa al Gobierno, que comenzó a evaluar una medida más extrema: el bloqueo de las tarjetas SUBE registradas a nombre de quienes no sean personal esencial o exceptuado de cumplir el aislamiento social preventivo y obligatorio, con el fin de desalentar un relajamiento de facto de la cuarentena. La medida, que aún no está vigente, despertó críticas en redes y resulta de difícil aplicación. Al mismo tiempo, no es sino una solución provisoria que carecería de sentido cuando termine la cuarentena y se retome el ritmo de trabajo habitual en la mayoría de las actividades. Y cómo responderá a ese desafío el transporte público en la Argentina es algo que todavía está por verse.