La integración de los servicios del ferrocarril Urquiza y la línea B es un viejo proyecto que recurrentemente vuelve a ser debatido y planteado como una solución viable para favorecer la conexión entre el Subte y los trenes metropolitanos.

La rampa de Lacroze permitía la vinculación entre el ferrocarril de superficie y el subterráneo.

La idea se remonta a la época de la Compañía Lacroze, que era propietaria tanto de la línea ferroviaria de superficie como del subterráneo, entonces nombrado Ferrocarril Terminal Central de Buenos Aires. La cabecera original de este último (Federico Lacroze) coincidía con la punta de rieles de la línea de superficie y allí se construyó una rampa de vía doble y generosas dimensiones que permitía el ascenso y descenso de material rodante. La compañía Lacroze, de hecho, había planificado a la estación Carlos Pellegrini como una gran terminal para pasajeros con cuatro vías y tres andenes (uno central y dos laterales) de los que sólo llegaría a construirse uno, el que actualmente funciona. El espacio, sin embargo, sigue estando allí, a la espera de demoradísimas obras de ampliación. El servicio combinado de pasajeros nunca llegó a implementarse en la época de los Lacroze, aunque sí ocurría que trenes de carga bajaran a los túneles de la actual línea B para dirigirse al viejo Mercado de Abasto, que contaba con un túnel que lo vinculaba al Subte.

La modernización del Urquiza y la integración posible

En los años posteriores a la nacionalización comenzó un proceso de modernización de la línea Urquiza, que terminó asimilando sus características técnicas a las de la línea B. El punto central fue el reemplazo de la vieja alimentación eléctrica por catenaria (tipo trolley) por un tercer riel que conducía 600 V, similar al que era utilizado en el Subte. A esto se sumó la construcción de estaciones remozadas con andenes elevados y otras obras de infraestructura, como la duplicación de vía en ciertos tramos.

Los coches Toshiba incorporados a partir de 1973 se compraron en cantidad suficiente para prestar servicios combinados.

La integración de los servicios parecía encaminarse cuando hacia 1970 Ferrocarriles Argentinos decidió la compra de coches japoneses cuyas dimensiones y características técnicas los hacían aptos para circular tanto en la línea Urquiza como en la línea B. Esta flota, que comenzó a incorporarse a servicio a partir de 1973, era «superabundante para los servicios de la línea Urquiza» al decir del ing. Juan Pablo Martínez, pero se encargó pensando en la integración del ferrocarril con el Subte. Martínez asegura que se hicieron pruebas que confirmaron que no existían impedimentos técnicos para la realización de un servicio continuo, pero que nada se hizo para solucionar varios temas que planteaba esa modalidad de operación: la diagramación de los servicios que se intercalarían con los trenes del Subte, la cuestión tarifaria y el aspecto gremial, ya que el personal ferroviario y subterráneo responden a sindicatos distintos. Si hasta entonces, cuando el Subte y el ferrocarril eran nacionales, no se había podido implementar la integración, el panorama se complicaría aún más para fines de la década del 70, cuando Subterráneos de Buenos Aires fue transferida a la municipalidad porteña. La línea Urquiza, como parte de la red ferroviaria nacional, siguió dependiendo de Ferrocarriles Argentinos, con lo que se agregó un obstáculo jurisdiccional.

La concesión: una oportunidad perdida

Hubo, sin embargo, una oportunidad para subsanar el problema jurisdiccional. Al decidirse la concesión de los servicios ferroviarios metropolitanos por parte del gobierno de Carlos Menem, la línea Urquiza fue ofrecida junto al Subte en el llamado «Grupo de Servicios 3». Según consta en la web de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT), la única razón por la que se decidió concesionar ambos servicios juntos fue «por la compatibilidad técnica y conexión física [del Subte] con la línea Urquiza». El pliego de concesión de la red incluía como «objetivo de largo plazo» la realización de servicios combinados entre la línea B y el Urquiza, lo que demuestra que la idea no había sido olvidada del todo. Esta exigencia debía ser cumplida a partir del undécimo año de la concesión. La integración contemplada consistía en que todos los trenes de la línea Urquiza ingresaran al túnel del Subte y cumplieran servicio hasta Leandro N. Alem «con régimen de paradas similar que los trenes de la línea B». La redacción ambigua dejaba la puerta abierta para que ese servicio fuera, en efecto, un semirrápido que no se detuviese en todas las estaciones del Subte. Por otra parte, se preveía que algunos trenes de la línea B continuaran viaje por el Urquiza «hasta el límite de la Capital Federal» (estación Lynch). No se ha podido verificar que estas exigencias fueran retomadas en la adenda al contrato de concesión firmada en 1999. En todo caso, la obligación original era exigible únicamente a partir del año 2005: para entonces ya estaba vigente la ley de emergencia ferroviaria que canceló todas las inversiones a cargo de los operadores privados. El propio pliego también autorizaba al futuro concesionario a utilizar «en el corto plazo» parte de la flota de la línea Urquiza para prestar servicios en el Subte, sin que se resintieran los servicios de superficie. En efecto, Metrovías hizo uso de esta última cláusula durante el primer año a cargo del servicio ante el deterioro de la flota original (Metropolitan Cammell y Osgood Bradley) y de los más modernos pero insuficientes Siemens FM. Con la llegada de los Mitsubishi a partir de 1995, los trenes del Urquiza dejarían de bajar al túnel.

Actualidad: ¿sigue siendo posible la integración?

En la actualidad la posibilidad de prestar servicios combinados ha dejado de ocupar un lugar importante en el discurso oficial y aún entre los planificadores de transporte. El reciente proyecto para extender las líneas ferroviarias hasta el centro de la ciudad y vincularlas entre sí (la RER) tiene una característica más que llamativa: la línea Urquiza es la única que quedaría marginada del esquema. Esto a pesar de que es justamente esta línea la que cuenta con más facilidades para integrarse y para alcanzar el área central a través de túneles existentes y con mínimas inversiones. No sólo por la compatibilidad tecnológica sino también por la disponibilidad de espacio en Pellegrini para la construcción de una estación más amplia.

Metropolitan Cammell (izq.) y Toshiba (der.) en la rampa de Lacroze. Actualmente sólo una de las vías está operativa, la otra fue anulada por SBASE.

Una serie de decisiones tomadas en los últimos años dificulta aún más la integración de ferrocarril y Subte. La primera de ellas es el cambio de alimentación en la línea B. Con la compra de los polémicos coches CAF 6000 se decidió instalar una catenaria rígida y se prevé que en el futuro desaparezca el tercer riel, que temporalmente se conserva para abastecer a los Mitsubishi y CAF 5000 (el proyecto original era convertirlos a pantógrafo). Gracias a esta decisión se perderá la característica técnica que haría posible la prestación de servicios combinados, esto es, que el Urquiza y la línea B compartan la alimentación. La planificada ampliación de andenes de la línea B, luego cancelada, hubiera implicado una barrera física insalvable, ya que los trenes de la línea Urquiza tienen gálibo ferroviario de hasta 3,2 m. Otra decisión derivada de la compra de los CAF 6000 fue la definitiva anulación de una de las dos vías de la rampa que vincula físicamente a la línea B con el Urquiza: allí se construyó un playón de hormigón para permitir la descarga de los coches españoles desde carretones, cuyo costo ascendió a más de 583.000 dólares.

Balance y futuro

Los nuevos obstáculos se suman a las dificultades ya observadas por el ingeniero Martínez, que persisten desde la década del 70. Con la transferencia del Subte a la Ciudad, en tanto, volvió a introducirse un quiebre jurisdiccional entre Subte y ferrocarril. Otras complicaciones tienen que ver con que el señalamiento, sustancialmente distinto en ambas trazas, debería ser armonizado: algo que ya había sido previsto en la concesión de los 90. Sin embargo, la alternativa sigue siendo posible y técnicamente viable y algunos especialistas, como Pablo Martorelli, se animan aún a defenderla y ponderarla. La actual etapa de planificación de la forma definitiva que tomará la RER y la buena sintonía entre Nación y Ciudad, que por primera vez en largos años pertenecen al mismo signo político, puede ser terreno propicio para el debate que la cuestión se merece y para poner un freno al marcado deterioro de la calidad de servicio de la línea B, a la cual el Urquiza está íntima e inseparablemente ligado.